CARTA A MI SEMANA SANTA

CARTA A MI SEMANA SANTA
CARTA A MI SEMANA SANTA

lunes, 8 de abril de 2024

CARTA A MI SEMANA SANTA

 

Querido César:

Te escribo esta carta por que se que las cosas que te tengo que decir no las podría decir mirándote a la cara, además, he decidido no vernos más, no verte más.

Te preguntarás por qué tomo esta decisión.

Creo que es el momento exacto para poner fin a lo nuestro y que cada uno vuelva a su camino, ni yo puedo andar el tuyo ni tu podrás jamar ser la compañía correcta en el mío.

Criada como hija única, rompí muchos de los moldes que acepté voluntariamente desde adolescente, sin embargo, llegaste tu, con esa apariencia que llamaba la atención, con ese brillo acentuado con tratamientos de belleza masculina, tus finos modales, tus maneras para tratar a las mujeres y tu fascinante verbosidad.

Si, tienes un arrastre de masculinidad y todas las chicas, especialmente las tontas como yo, nos dejamos cegar. Cuando te vi por primera vez, se me incrustó en la cabeza tu figura, tu caminar, decidí acercarme a ti y conseguir tu amistad y luego tus favores. Desde que nos saludamos por primera vez, sabía que eras un amor imposible, tienes esposa e hijos. Yo, una pipiola estudiante universitaria, que sueltamente aceptó una relación que no llegará jamás a buen puerto y por eso me hago responsable de sus consecuencias.

No sabes lo difícil que fue ocultarles a mis padres lo nuestro, sobre todo a mi madre, ella lo intuía, lo veía en sus ojos. Cada despedida al salir de casa con su mirada profunda, fija y triste, opacada por la sombra de quien sabe que ha fracasado como mentor de su propia hija, me golpeaba en el centro del corazón, mi espíritu se derretía cual restos de cera que un cirio deja al llegar el fin de su luz, que me hacía sentir infinitamente culpable, impura ¿Cómo hacer para que se vuelva a encender ese cirio y engendre una llama con igual luminosidad? ¿Imposible? Yo lo hacía. Tu amor me levantaba de las cenizas y me reconstruía como copia del original. Claro, todo era hipocresía, me obligaba a cambiar para no despertar sospechas, para continuar a tu lado, para seguir contigo porque te sentía parte de mi, por que creía que te disfrutaba.

Una hipócrita experta. En eso me convertí ¿me convertiste? Las veces que caminaba a tu encuentro a dos o tres cuadras de mi casa, atravesando esas calles desiertas donde estacionabas tu carro para esperarme, sentía como todo mi ser se rediseñaba, pasaba de las cenizas del fénix al majestuoso ave que iba tras tuyo. Contigo cada segundo era una explosión de alegría, una aventura con destino desconocido pero de travesía feliz, me sentía cómoda y el futuro no me interesaba, mientras estuvieras en mi presente.

Pero te cuento, siempre intenté salir, escapar de esta relación en la que perdíamos todos los involucrados menos tu. Juro que lo intenté muchas veces, las tres o cuatro ocasiones que nos dejamos de ver hasta por dos semanas, por que estaba enferma, fueron fingidas, intentos de dejarte. Pero, ya ves, quedaron en intentos.

Y hubo señales, te lo dije, me convenciste diciéndome que eran como pimienta para el asado, le daban sabor a lo nuestro, que no nuestro no sólo tenía que ser prohibido, sino, sobre todo, emocionante.

Cuando a mi papá se le dio por acompañarme al paradero dejando lo que tuviera que hacer, fue una señal. Te llamaba y me bajaba de los buses para que me recogieras más adelante; nos reíamos, éramos felices e inteligentes engañando al resto. Eso creía.

Otra señal a la que no hice caso, fue mi madre interrogándome por las cosas que hacía al salir de casa, aprendió a manejar las redes sociales con una intención pastoril de tenerme bajo control. Sus ojos acusándome por malas acciones que percibía pero que no se atrevía a mencionarlas, brillosos, temblorosos, recónditos, acusadores, pero prorrateando indulgencias inmerecidas que me llegaban al alma como fierro fundido. Algunas noches me ponía a pensar en cómo acabaría todo esto, qué haría, además de llorar desconsoladamente.

También aquella señal del niño gordito que te conté, aquel que no se de dónde ni por qué apareció. Tendrá unos catorce años, su uniforme confirmaba que era escolar. En una ocasión, cuando me dirigía a tu encuentro, decaída como siempre, en una de esas calles vacías, apareció de la nada. Solo dijo “hola”, luego me dio la mano, saludándome, y enseguida me regaló un chocolate que no recuerdo qué hice con el. Su sonrisa, sus ojos cristalinos, sobre todo su expresión tan cariñosa me devolvía el ánimo inmediatamente, su presencia era tan airosa, divina que me expliqué que tenía que ser un ángel que venía a bendecir nuestro amor. Y volvió a aparecer al día siguiente y muchos otros, una vez me regalaba una tarjeta con un paisaje de cuento, otras una medallita de valor casi insignificante, o una flor arrancada de algún jardín cercano, pero que tenían la propiedad de hacerme sentir bendecida por lo nuestro. Con el tiempo se animó a saludarme con un “hola linda”, “hola princesa” u “hola preciosa”.

Seguro que recuerdas las veces que llegué insegura a nuestras citas, que me ponía el bolso en la cara para evitar que alguien me viera, pues esos días fueron aquellos en que aquel “gordito” no apareció en mi camino. Así de importante era para mi. Comencé a interpretar sus regalos, una flor verde la primera vez, para hacerme ver que la vida es el destino de la esperanza, justo cuando la necesitaba. Una rosa azul cuando iba a dar exámenes, para transmitir sabiduría e inteligencia. Las medallitas, casi baratijas, con santos para mi cumpleaños, momentos de alegría y circunstancias difíciles, cada uno de ellos el apropiado para el momento que atravesaba, era una catarsis que me liberaba de culpa y de remordimiento, no sabes qué feliz me sentí cada vez que lograba interpretar qué me quería decir, después de googlear.

De dónde salió este niño que me contagiaba tanto entusiasmo, no lo sé. Siempre quise indagar por él, pero sus respuestas monosílabas y su obsesión por mirarme sonriendo, me bastaron para creer en él, para acostumbrarme a sus insignificantes regalos a los que antes de abandonarlos en lugares que no recuerdo les buscaba una oportunidad de ser perdurables.

Pero, hace una semana que no le he vuelto a ver. Te imaginas mi sensación de inseguridad, entiendo que lo notaste, eres el hombre más inteligente que he conocido, no puede haber pasado desapercibido mi nerviosismo, mi inquietud. Estos últimos días a tu lado, además de agradables fueron también de vacilaciones, de irresolución, me quemaba esta sensación por la imprevista desaparición del pequeño amigo, mis dudas se agigantaron. Dirás ¿qué chica guapa no tiene dudas? Te conozco.

Te cuento que durante mi insomnio de anoche me puse a revisar los hechos sobre la última vez que lo vi; después de una hora encontré la medallita de lata, oxidada, que me entregó al mismo tiempo que se despedía con un “adiós preciosa”. La analicé, busqué mucho la imagen grabada en internet, hasta que logré identificarla, es la imagen de una valquiria nórdica, de Brynhild.

Me costó entender lo que el “gordito” quiso decirme, por fin lo entendí.

Me estaba indicando lo fuerte que tengo que ser para enfrentar a los enemigos más difíciles y de cuánto valor necesito para superar mis propios temores, que la mejor arma que tengo es mi orgullo y decencia (que quizás ya los habría perdido) y que cualquier victoria comienza en nuestro interior.

¿Te imaginas? Un escolar dándole lecciones a la mujer que cree que se está comiendo el mundo por que tiene un amorío digno de un bolero cantinero o de cualquier esquina.

Pero mi orgullo pudo más.

No voy a verte. Lo nuestro no puede ser amor.

Y si es amor, no es más fuerte que mi orgullo. Así lo habría dicho Brynhild.

Es ese orgullo que necesitaba para dejar esta situación y que aquel niño me ayudó a recuperar. No sabes cuán feliz y segura me siento.

Pero ese niño ¿Por dónde andará? ¿Lo volveré a ver?

Ojalá que si. Quiero darle las gracias por lo que me devolvió, quiero abrazarlo.

En todo caso estoy segura que voy a rezar mucho por él.

Pretendo fortalecerme visitando algunas iglesias en esta Semana Santa que habíamos planeado pasar juntos. También quiero renacer.

No quiero ni imaginar cómo lo tomarás. No me importa.

Ahora solo quiero dejarme invadir por esa sensación de libertad, de orgullo, de alegría y de agradecimiento profundo para aquel niño, que con su sonrisa inocente tuvo la claridad de convertir su mirada en una luz que como agua bendita limpió mis pecados. Y sus insignificantes regalos en acerados blindajes que reconstruyeron mi alma.

Hasta nunca, César.

martes, 20 de febrero de 2024

POST SAN VALENTÍN

Escupió en las palmas de sus manos, las frotó entre si y luego se pasó ambas manos por el cabello, alisándolo, aspiró el aroma de su camisa y no sintió nada raro, todo estaba donde debía estar. Abrió la puerta de su casa y apenas traspasar el umbral se sintió el todopoderoso de siempre, el hombre que manda y ordena y al que todos deben obedecer, sobre todo en su propia casa.

Para Emilio era natural llegar tarde, no saludar a su esposa, darse un duchazo con agua tibia y meterse a la cama, si ella estuviera despierta e hiciera el intento de iniciar una conversación, él, se pondría duro, con voz firme, con gestos de tirano y mirada malintencionada le recordaría algún contrariedad pasada, posiblemente ya resuelta, en el que ella se había declarado “culpable” y sería suficiente para enjuiciarla nuevamente y sentenciarla a dormir fuera del dormitorio, después de propinarle un par de sopapos, una patada, o como aquella vez que le tiró a oscuras un zapato en la cara que le hizo sangrar la nariz por un par de horas, obligándola a dormir con la cabeza bajo las almohadas. Lo importante era no demostrar compasión para mantener su posición del “hombre de la casa”.

En dos días cumplirían cinco años de casados, de vida juntos, llenos de “felicidad”, que transcurrían sin una visión de futuro, sin una ilusión; muchas veces había pensado en su futuro, siempre se veía rodeado de gente feliz, tal vez algunos hijos, pero nunca lograba imaginar quién era la mujer a su lado, definitivamente no era Lourdes. Cuando miraba la foto de su matrimonio, que se repetía en el dormitorio y en la sala, con marcos de plata en el que se representaba un querubín disparando su flecha, como símbolo del amor que se declararon aquel catorce de febrero en el que se casaron, se decía en su interior “qué huachafada”.

Ella, además de ser su esclava, su sirvienta, nunca alcanzaría el derecho completo de una esposa, un matrimonio hace de una mujer una esposa legal pero no le da el derecho de ser una verdadera “esposa”, en cuanto a Lourdes, ese derecho solo se lo podría dar él. Y no lo merecía.

A las pocas semanas de su matrimonio conoció a una muchacha de la que se enamoró con la que inició una relación prohibida, lúbrica, desbocada pero que, así como llegó desapareció, ante la recalada de un nuevo amor a su vida.

Por aquellos días, para no dar explicaciones por el cambio evidente de su comportamiento, comenzó a insultar, ofender y lastimar a Lourdes, con el pasar de los meses se fue haciendo más agresivo y ella más sumisa, poco a poco las agresiones se agravaban y el se había dado cuenta que ella no reaccionaría a esta situación abusiva.

No estaba seguro cuál era la verdadera razón por la que se comportaba así, además de ser la mejor forma de conservar la vida paralela que llevaba, podría ser que más lo enardecía el comportamiento manso de Lourdes, porque en el fondo tal vez esperaba una respuesta de ella, cualquiera que fuera la razón, era lo más cómodo para su forma de vida.

En estos años de matrimonio había descubierto que existían mujeres a las que les agradaba y que no les interesaba su estado civil, las identificaba desde la primera mirada, era un don que no sabía que tenía. Iniciaba aventuras tan rápido como las terminaba, en alguna ocasión llegó a tener tres relaciones extramaritales a la vez. Se sentía feliz, había encontrado el lado bueno de la vida, todo era perfecto.

Ahora, estaba saliendo con una muchacha diez años menor, casi una niña, una bebé, como le gustaba llamarla. Por ella había dejado a las otras ¿su esposa? ¿Lourdes? Ella no contaba, era un cero a la izquierda.

Cruzó el dormitorio a oscuras para llegar al baño que permanecía cerrado pero con las luces encendidas, a golpes le enseñó a Lourdes que es así como debía dejarlas antes de acostarse, en el camino iba dejando tirada la ropa que se sacaba, al entrar al baño ya estaba desnudo, se quedaba quieto por unos segundos bajo el marco de la puerta, sentía, como los animales, que así estaba marcando su posición en la familia, el seguía siendo el alfa y lo sería por siempre.

Para Lourdes la vida se había convertido en su purgatorio, se consolaba pensando que estaba pagando cada uno de sus pecados por adelantado. Hacía tanto tiempo que su corazón había dejado de ser feliz, ya no lo quería, pero tampoco tenía el valor para ponerle fin a la situación que vivía. En muchos de sus sueños todavía se veía feliz al lado de él, pero cuando despertaba sabía que eso no pasaría de un sueño.

Apenas casarse, de la manera más romántica que podría imaginar una pareja, un catorce de febrero, Emilio cambió, se convirtió en otra persona, las muestras de afecto fueron desapareciendo de su vida, aunque pensaba que podía recuperarlo tenía la certeza que él ya no la quería.

Se volvió un mujeriego y un sinvergüenza, no le importaba mostrarse con arañazos y moretones que para el eran medallas de sus combates de amor en otras camas, en la ropa que dejaba tiraba y que Lourdes tenía que lavar y planchar diariamente, siempre dejaba evidencias de sus relaciones clandestinas, un ticket o un jabón de hotel, boletas de pago de restaurantes, cines o flores que ella nunca veía. Aunque su celular tenía clave, él la dejaba escuchar o leer los mensajes que le enviaban sus otras mujeres y, no se atrevía a nada, quería mantener viva la que el volviera a ser el de antes.

No quería o se rehusaba a comprender que su vida se había convertido en un calvario, una esclavitud, un eterno sometimiento a la voluntad de Emilio, entendía perfectamente que esto tendría un fin, pero no sabía exactamente por donde vendría, tenía algunas ideas que se había formado de tanto ver televisión, se había conectado con una serie de programas en los que se trataban temas similares, algunos fantásticos, la solución podría venir de muchas partes, pero en todas, su voluntad tendría un papel importante. Sin voluntad no avanzaría.

Esa mañana, como siempre, se levantó temprano para acomodarle la ropa que se pondría y prepararle el desayuno, un café caliente acompañado de un tamal, como él había “ordenado” a golpes; unos días antes, cuando ella le sirvió una chuleta de chancho que parecía estar bien frita pero que en el centro, todavía a medio cocer, se podían encontrar rastros de sangre, Emilio le tiró el plato a la cara pero ella puso su brazo a tiempo evitando el golpe, se paró como un energúmeno y la arrastró de los pelos hacia la lavandería, en donde la llenó de puñetes en la espalda y los brazos, evitando golpearle a la cara, hasta dejarla casi sin sentido tirada sobre estropajos y ropa sucia.

-      ¿No sabes que le tengo fobia a la sangre? ¿Quieres matarme? Eres una maldita desgraciada.

No tenía forma de decirle que la chuleta parecía que estaba lista, estuvo en la sartén el tiempo habitual, sin partes demasiado doradas como él exigía. Se quedó callada mientras lloraba en silencio.

En su mente tenía presente el recuerdo del día en que se enteró de la hematofobia que padecía Emilio, era un recuerdo doloroso. Al día siguiente del que debía ser un momento de felicidad porque le habían confirmado su embarazo, él llegó borracho y después de una corta e injustificada discusión comenzó a agredirle, aquella fue la primera vez que, estando en el suelo, le daba de patadas, parecía buscar su abdomen; fueron dos o tres minutos interminables, el dejó de patearla cuando comenzó a sangrar. En una extraña reacción, Emilio, se tiró contra la pared y luego se acurrucó abrazando con mucha fuerza sus rodillas, temblaba como si otro ser lo poseyera, sus ojos expresaban un tremendo pánico, de aquellos que siente quien sabe que le quedan unos cuantos segundos de vida y que nadie vendrá a ayudarle. Parecía una criatura atacada por guerreros invisibles a los que sólo el veía, la convulsión generalizada que estremecía todo su cuerpo le impedía moverse, paralizado, con los ojos desorbitados miraba la sangre que chorreaba entre las piernas de ella.

Lourdes tardó en darse cuenta de lo que pasaba, a rastras logró levantarse, secarse la sangre con una sábana y luego ocultar todos los vestigios de aquella hemorragia provocada por su esposo. A duras penas lo desnudó, lo ayudó a meterse a la tina con agua caliente, le puso una taza de té entre las manos, después de restregarle toda la piel con toallas hasta quitarle la más pequeña huella de sangre, esperó hasta que el temblor casi desapareciera y después de estar segura de que el episodio había pasado, se limpió la sangre de entre sus piernas, se cubrió con lo que pudo y se fue al hospital.

Se quedó internada dos días, le diagnosticaron aborto involuntario y regresó a casa, sola. Esperó hasta muy tarde metida en su cama, se durmió, cuando despertó, Emilio se estaba bañando para irse a trabajar. Apurada se levantó a prepararle el desayuno, se sentó esperando tímidamente que él se disculpara, pero parecía que no había pasado nada, se tomó el desayuno apurado, sin sentarse, revisó su teléfono y sólo le dijo como despedida.

-      Ya empezaron a joder de la chamba – le dio un beso ordinario en la frente y le susurró – nunca olvides que sufro de hematofobia.

Había pasado un año ¿o dos? desde aquel incidente. En momentos como este cuando la calma llegaba después de la tormenta, cuando Emilio ya no estaba y ella sola en casa tenía tiempo para curar sus lesiones, como la mascota que después de ser golpeada debe lamerse las heridas para encontrarse dispuesta a servir al amo moviendo la cola, pensaba en aquel angelito que nunca llegó, tal vez tendría un año o dos, con él seguro que Emilio no sería el mismo, sería otra persona, un buen padre, un buen esposo.

Una profunda depresión le asaltó. Comenzó a llorar, quería controlar su llanto pero solo conseguía un sollozo trémulo silenciado por el agitado temblor de su cuerpo. Se metió a la tina y se quedó parada bajo la ducha de agua caliente, el jabón se le cayó al piso y rebotó unos metros más adelante, con mucho esfuerzo lo recogió pues se había metido bajo el lavadero, se volvió a meter bajo el chorro de la ducha y su temblor parecía apaciguarse, se enjabonó con fuerza, con furia, quizás así recobraría su firmeza, su compostura, abrió más la llave del agua y esperó hasta sentirse limpia,

Varios minutos después salió de la ducha y mientras se secaba, con manos todavía temblorosas vio su cuerpo en el espejo, estaba cruzada por marcas rojas, como arañazos trazados por una mano firme, se acercó al espejo y tuvo una sospecha. Buscó el jabón y lo revisó. Confirmó su sospecha, al recogerlo no lo había limpiado y pequeños granos de arena o cemento que se habían desprendido de la pared se habían quedado pegados y la habían rasgado.

-      Mierda, encima esto.

Respiró profundamente y cerró los ojos, volvió a respirar como había aprendido a hacerlo viendo los programas de televisión donde aparecían mujeres golpeadas contando su sufrimiento. No se movió por un largo rato, su mente había comenzado a viajar por pensamientos que no sabía que tenía, ahora más que antes sentía que su dolor tenía que tener un final, ya no era posible seguir aguantando, había llegado al límite, lo que le hacían era inhumano ¿no era hoy el día del amor? El catorce de febrero no sólo es un aniversario, es la fecha simbólica del amor, de aquel amor que es para toda la vida. Por eso eligió este día para casarse.

Se cubrió con una toalla y salió del baño. Buscó su teléfono y le llamó.

-      Qué quieres – sonó la voz de Emilio, con tono de molestia.

-      Sólo quería recordarte que hoy es nuestro aniversario – casi suplicante sonó la voz de ella.

-      Si, lo se, por eso es que voy a celebrarlo con una amiga – ambos se quedaron callados por unos segundos y luego él cortó la llamada.

Lourdes se quedó un largo rato con el teléfono en la mano mientras su mirada parecía perdida, como si tratara de encontrar una respuesta a alguna pregunta que le valiera la vida. Luego, solo sonrió.

Si, era lo que esperaba, no se había equivocado, pero quería estar segura para seguir con el rito de todos los años. Le prepararía un regalo que el recién descubriría una o dos semanas después.

Era un vaso que había comprado en su última salida al mercado, tenía grabado con letras doradas “Salud, amor”, de vidrio fino, especial para cerveza le habían dicho, lo envolvería junto con el jabón que compró, aquel con olor a sándalo.

Comenzó a dar vueltas por la casa con el vaso y el jabón mientras buscaba el papel para envolverlos, recordaba haberlo guardado entre unos libros. Lo encontró y comenzó a hacerle dobleces, entonces el vaso aquel cayó al piso. Sintió un tremendo desasosiego al ver los pedazos de vidrio regados, sólo a las mujeres destinadas al sufrimiento les puede pasar cosas como estas, nunca tendrán el favor de la vida. Con actitud desahuciada de quien ya no puede importarle el futuro, recogió los vidrios en aquel papel que iba a envolver el regalo, con mucho cuidado, tal vez en su mente tenía la esperanza de poder pegarlo, pedazo por pedazo como un rompecabezas. Puso el papel con los restos cuidadosamente en el centro de la mesa y se sentó frente a el. No había nada que hacer.

Estuvo así mucho tiempo, ni siquiera almorzó. Cuando sintió frío advirtió que ya había anochecido. Se vistió para salir de casa, a Emilio no le importaría. Se abrigó bien, quizás no regresaría pronto, había tomado la decisión de denunciar el abuso del que venía siendo víctima. Sentía que se encontraba en el límite, que no debía aguantar más.

Ya en la calle deambuló por los centros comerciales confundiéndose con la gente que feliz y contenta hacía apología del amor, quizás comenzaba a arrepentirse, se paró frente a algunas cámaras de vigilancia, como queriendo dejar constancia de haber pasado alguna vez por aquí, ella, la esclava, la mujer golpeada y abusada.

Pasó frente a una pareja que sentada en una jardinera del centro comercial compartían pastelillos y bebidas, se veían ricos pero no sintió hambre, se llevó las manos a la cara y percibió el olor del jabón aquel que había dejado en la jabonera, había perdido su oportunidad de ser el regalo ideal.

Miró la hora en el celular y se dijo:

-      Es hora, es la hora – y se dirigió a la comisaría de la jurisdicción para presentar su denuncia.

Cuando pidió información para que la atendieran le advirtieron que tenía que esperar pues casi todos los policías estaban en intervenciones, pensó para si que mas bien estarían celebrando el día del amor.

A pesar de que habían algunas bancas vacías se sentó al lado de dos señoras que habían pasado reconocimiento médico y estaban esperando la decisión del comisario, entablaron conversación y lo primero que preguntó fue cuánto tiempo llevaban esperando. Sonríó sabiendo que su espera sería larga.

Emilio llegó a casa y no se sorprendió al no encontrar a su esposa, ya vendrá, se dijo, mientras se relamía los labios pretendiendo borrar el sabor de la piel que habían besado.

Los recuerdos volvieron a calentarle las entrañas mientras abría el caño para llenar la tina con agua caliente, hoy necesitaba la tina llena; se desnudó y esperando que el agua fuera suficiente para meterse encendió un cigarrillo y comenzó a revisar su teléfono, los mensajes de la chica que ahora salía con el, con la que había estado poco antes, le pusieron el ego por las nubes, hinchó sus pulmones y sonrió, tenía la gran suerte de haber encontrado a Lourdes, pues sin ella no pudiera llevar esta vida. Pobrecita.

Bajo la ducha se sintió un macho alfa, cerró los ojos y comenzó a jabonarse el pecho, la espalda, el cuello, la cara, al pasar por su nariz sintió el olor a sándalo que tanto le gustaba, puso el jabón entre sus dos manos y lo acercó a su nariz, aspiró con fuerza y abrió los ojos.

Sintió como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza, así se siente cuando el pánico descomunal de una fobia nos ataca. Miró el piso y el agua que corría hacia la boquilla del desagüe, era sangre. Quiso gritar pero de su garganta salió un ronquido animal, sus sentidos se aceleraron al límite, su pánico iba creciendo a medida que tomaba conciencia que estaba solo, nadie vendría a ayudarlo. Sus brazos, su pecho, sus piernas estaban atravesados por largas y finas heridas que extrañamente no le dolían. Miró el jabón y vio una cantidad de pequeños reflejos, como estrellas. Sintió derretirse casa uno de los músculos de sus piernas, cayó de bruces sobre el agua caliente de la tina casi llena, con la cara bajo el agua su pánico creció, su mente no funcionaba, sólo parecía funcionar su corazón, lo sentía a punto de reventar por todo su cuerpo, tuvo una visión, se vio frente al espejo desnudo, atravesado por aquellas heridas sangrantes que no le dolían, detrás de el una mujer sonreía. ¿Lourdes?  Tuvo la certeza que esas heridas nunca más le dolerían. 

lunes, 11 de diciembre de 2023

EL HIJO DE ERIC

 Parecía un tipo distinguido, a pesar de vivir en la calle, sus ropas no eran diferentes al de una persona común, conservaba un aire de aplomo burgués, quizás miraflorino, debajo de la barba que era parte de su atuendo; era fácil advertir que se trataba de un adulto joven, de unos 35 años, de tez blanca y ojos claros, con la mirada que tienen los ancianos abandonados. Parecía no tener interés alguno por el clima pues podía vérsele con ropa ligera un día y, al otro, con ropa gruesa, sin importar si era invierno o verano. Acostumbrado a ver todo tipo de locos en mi antiguo barrio, San Juan de Lurigancho, pensé que viviendo en Surco nunca me encontraría con uno.

Los fines de semana cuando no había mucho que ver en televisión, tomaba un libro y salía a uno de los muchos parques donde hubiera una banca, para dedicarme a leer, cosa que no podía hacer en mi barrio anterior, en ocasiones me cruzaba con algún loco, generalmente con la misma apariencia que los locos de SJL.

Fue en una de esas salidas que me di cuenta de su existencia, me encontraba sentado en una banca de la Plaza de Armas de Surco, atravesado por el frío habitual de los inviernos surcanos y, luego de algún tiempo me percaté de su presencia. El estaba en otra banca frente a mi, con los pies sobre el asiento y sentado en el espaldar, tenía un teléfono celular pegado a uno de sus oídos y meneaba la cabeza, como una copia osada y despintada de Stevie Wonders. Parecía no existir nada más para él, solo el sonido que seguramente salía del celular, me quedé interesado viéndolo, lo primero que llamó mi atención fue que ninguno de los guardas de la plaza hizo el intento siquiera por conminarlo a sentarse bien, cosa que si vi que hicieron con otros jóvenes, era claro que lo conocían y se lo permitían.

Aquella tarde, más que a leer me dediqué a observarlo, parecía estar en otro lugar, un lugar al que solo se podía llegar a través de los audífonos pequeños que llevaba puestos y conectados a un celular, movía sus labios canturreando las canciones que seguramente escuchaba, no dejó de hacerlo durante la hora y media que estuve en el lugar. Me retiré y el seguía en lo suyo.

En algunas salidas sucesivas lo volví a encontrar. Le decían "Ericson", en referencia a que cuando apareció y, durante meses, usaba teléfonos de esa marca sueca, seguramente los más baratos entonces, cambiaba de teléfonos con alguna frecuencia, evidentemente no usaba los más modernos ni los más caros, pero siempre conectado a través de audífonos; la forma en que parecía disfrutar de la música despertó mi curiosidad por saber qué música escuchaba y cómo conseguía los teléfonos.

En una ocasión, cuando viajaba en el tren, al pasar por la Estación Los Cabitos, lo vi sentado en uno de los asientos del andén, me llamó mucho la atención verlo conversar con otro joven, hasta entonces me lo había imaginado como uno mas de los tantos orates que deambulan por la ciudad desconectados de toda realidad, pero evidentemente me había equivocado. Me interesé por saber más de este “loco” que parecía tener momentos de lucidez ¿Se trataría de un loco a tiempo parcial?

Mis salidas a leer las aproveché para buscar a “Ericson”, sentía mucha curiosidad por conversar con él, de encontrarlo en momentos de lucidez y conocer qué lo llevó a este comportamiento, quería preguntarle muchas cosas sobre la locura, esperaba que pudiera aclararme mis ideas respecto a este tema.

Unas semanas después, regresaba a casa en bus, cerca de las siete de la noche, ya había oscurecido y como suelen hacer los choferes en horas punta, el bus me dejó media cuadra después del paradero, cerca de la Estación Jorge Chávez, entonces decidí tomar la ruta hacia casa pasando por la avenida El Sol, a esa hora se convertía en una zona comercial bulliciosa y divertida cuando se camina solo.

Al cruzar un pequeño parque lo vi, estaba sentado en una banca junto a una joven y parecían conversar. Agradecí a mi costumbre de llevar un libro bajo el brazo siempre, pues, haciéndome al que leía me senté en la banca frente a ellos, a unos cinco metros. Parecía un reencuentro, ella le hablaba con mucho cariño y el, mirando siempre al frente, volteaba la cara para darle respuestas cortas. Conversaban distraídamente, de rato en rato ella le tomaba las manos o se apoyaba en una de sus rodillas. Parecían conocerse desde mucho atrás, se notaba la confianza entre ellos y sólo faltaban las caricias o los besos para convertirse en un perfecto reencuentro de amor.

Me paré y caminé lentamente en círculos mientras hacía que leía, con la intención de acercarme a ellos y escuchar la conversación, a pesar de que ignoraron mi presencia, no pude acercarme lo suficiente como para escuchar algo claro.

Observé a la joven de pies a cabeza, deduje que era una mujer que ocupaba algún cargo empresarial o cosa similar, sus ademanes eran de una persona respetuosa, culta, todo lo que llevaba puesto era de tendencia y de marca, su cabello le caía a los costados y hacia la espalda como sólo sabe caer un perfecto alisado japonés o un lifting capilar, sus formas eran trabajadas con una buena rutina de gimnasio y hasta mi llegaba su aroma espectacular que imaginé como un Clive Christian No.1 Imperial Majesty, porque nunca había olido algo así. Calculo que estuve vigilándolos como una hora, de manera disimulada.

Ella sacó de algún bolsillo un celular, lo encendió, le conectó unos auriculares blancos, pequeños y se los acomodó como queriendo que él escuchara alguna canción, luego le entregó el celular y lo abrazó, le besó la mejilla y se quedó callada mirándolo, tomándole una mano, él, cerró los ojos y se quedó inmóvil durante algunos minutos, como si entrara en trance.

Al rato, empezó a menear la cabeza y a canturrear, se notaba que había pasado a su estado de locura, ella se puso de pie y comenzó a caminar raudamente hacia un moderno automóvil estacionado con las luces de peligro encendidas, a un costado de una de las puertas del parque. Parecía un ángel regresando al cielo después de haber cumplido una tarea terrenal. La vi tomar el volante y perderse por la avenida Tomás Marsano.

Esa noche no dormí recapitulando cada suceso del encuentro, imaginé miles de escenarios que podrían explicarlo. No era un evento casual, sino ella no hubiera llevado un teléfono para dejarle, tener el auto con luces de peligro indicaban que había calculado el tiempo que iba a estar allí; mil preguntas rondaban mi cabeza ¿Se conocían? ¿Qué relación tenían? ¿El abrazo de despedida fue de hermana o de novia? ¿Cómo y por qué lo indujo a la locura? ¿Por qué él volvió a perder la razón después de recibir el teléfono y conectárselo al oído? Dejó de ser el joven que había mantenido una conversación afable con otra persona para convertirse en el “Ericson” que se paseaba conectado a un teléfono por las calles de Surco.

Una tarde en que regresaba a casa en tren, al abandonar la Estación Jorge Chávez volví a ver a la muchacha, caminaba apurada hacia su auto que estaba detenido frente a la Estación, con las luces de peligro encendidas, parecía una modelo de alta costura, su ropa, su forma de caminar, su olor, que no percibía sino imaginaba, la elegancia que parecía nacer de su figura como luces de colores que se fundían con las primeras luces de la noche. Subió al vehículo y se marchó, cruzando la siguiente esquina justo cuando el semáforo cambiaba a rojo. Deduje que “Ericsson” tenía que estar cerca, lo busqué con la mirada y me pareció ver su silueta, parado y apoyado en uno de los avisos luminosos de un paradero. Crucé la pista zigzagueando entre los carros detenidos y llegué a su lado. Me sentí emocionado.

-       Hola – le dije esperando una respuesta y el ni siquiera se movió. Era un prisionero conectado a una larga cadena simbolizada por los audífonos, pero ¿quién era su carcelero? ¿el teléfono? ¿la joven con la cual conversaba? No podía aventurar una respuesta.

-       Hola “Ericson”, ¿qué tal? – insistí, esta vez me miró.

Quedé impactado, era la primera vez que miraba desde tan cerca a los ojos de un loco, una oscuridad inquietante, un túnel sin salida. “Detrás de ellos ¿que había? ¿un mundo diferente, un mundo de fantasía y sueños? Estaba seguro que la calma de esa mirada eran la puerta para un mundo donde todo es posible, sin límites. Un camino entre éste universo y otro paralelo que, aunque negado, parecía ser mejor, era el umbral transitable entre la vida y la muerte, como un grito en silencio que suena igual si es de dolor o de felicidad”; quizás como una mirada de amor.

No obtuve respuesta, intenté iniciar una conversación con él pero fue imposible, parecía ni siquiera darse cuenta de mi presencia. Manipuló la pantallita de su celular, me dio la espalda y comenzó a caminar por la avenida, “sin ver el dolor distraído”. Y lo dejé ir sintiendo un poco de angustia, aunque también esperanza de que tendría otra oportunidad.

Yo tenía la certeza de que "Ericson" tenía momentos de lucidez durante los cuales podía comunicarse "normalmente", al punto de mantener una relación de algún tipo con una atractiva mujer; además, estaba claro que sus sitios favoritos eran los paraderos frente a la estación Jorge Chávez.

Un viernes por la noche lo vi sentado en una banca del paradero, antes de acercarme a él lo observé durante largos minutos. Parecía un niño emocionado, recién salido de casa, miraba a todas las personas que pasaban por la acera y les sonreía, tenía el celular en la mano pero no estaba conectado a los audífonos. La gente transitaba en pequeños grupos como olas, me imaginé un faro girando cuya luz estaba formada por los grupos constantes que bajaban de los vagones cada pocos minutos y que evidentemente emocionaban a Ericson.

Decidí acercarme. Apenas advirtió mi presencia, adivinando mi intención, se movió un poco hacia un lado como invitándome a sentar.

- Hola - le dije mientras me acomodaba junto a él sintiéndome un nerd - ¿Cómo te llamas? Qué pregunta pa cojuda, me dije.

- Marco, Iván, Alfredo, César, Ed, Ángelo, Equis así me llaman y puedes escoger cómo llamarme. O decirme “pelado” – me respondió dejándome sorprendido con su inmediata respuesta..

- Pensé que eras “Ericson” – me aventuré a comentarle.

- A, lo olvidaba, también me puedes llamar Eric.

- Pero la gente te dice Ericson, pensé que era tu nombre – mostrándome sorprendido.

- No, en realidad quieren decirme Eric. En japonés el sufijo “son” significa “hijo de:”. Y “pelado” por mi viejo, como verás tengo bastante pelo – pasándose la mano por encima del cabello – Seguro que sabes que heredamos todo de nuestros padres, todo, el nombre, la inteligencia, los modales. Lo único que no heredamos son las cosas materiales, esas nos las quedamos a la fuerza – me dejó con la boca abierta.

¿La locura, como dicen de muchos artistas, le daba esa claridad que nos permite ver las cosas de una manera muy particular?.

-       ¿Y en dónde vives? – Seguí con el interrogatorio.

-       En todos sitios, antes tenía una casa donde vivía con mi familia, pero un día salí y cuando regresé ya no estaban – lo dijo sin mostrar alguna emoción significativa – Si me pides la dirección no lo recuerdo, no guardo direcciones en mi mente, sólo lugares, lugares a donde se cómo llegar fácilmente. ¿Y tu en que idioma piensas?.

Al referirse a su mente, me pareció la confirmación de que tenía conciencia de su locura ¿sabrían todos los locos de su estado? ¿Era un trastorno que podían de alguna manera administrar? ¿De acuerdo a qué circunstancias? Pero su última pregunta era una demostración clara de que quería tomar la rienda de la conversación.

-       Supongo que en español – contesté intentando no profundizar en el tema.

-       Yo pienso en mi propio idioma, una mezcla de palabras y figuras, por eso no necesito direcciones – me sonó muy lógico.

-       Hace un rato te vi con una chica ¿Quién es ella? ¿La conoces? – me sorprendí con mi pregunta ¿por qué estaba más interesado por la muchacha que por Ericson?.

-       No, no la conozco, nunca la vi en mi vida – sus ojos brillaron diferente por unos instantes, “se veía en ellos un mundo de secretos y maravillas que pocos tienen la posibilidad de ver”, levantó un hombro y miró por encima de mí, entendí que se sentía incómodo por la pregunta; entonces pensé si mi siguiente pregunta sería oportuna ¿pueden los locos aceptar que lo están sin ningún problema? Lo veremos.

-       ¿Estás loco o es sólo mi impresión? – tratando de ser lo más cauto, con mi voz modulada para la ocasión.

Volteó, fijó sus ojos en mi, ahora pude ver a través de ellos “una mirada que va más allá de nuestro entendimiento”, que hay un lugar donde “volver es una forma de llegar”.

-       La locura sólo es un punto de vista, quizás el más conveniente para cada uno, te podría mencionar muchos ejemplos, Van Gogh, Eduar Munch, Toulouse-Lautrec o Goya, la misma Frida Khalo, más cerca, entre nosotros el gran Víctor Humareda y el genial Martín Adán – su respuesta me demostró que estaba ante una persona culta, prosiguió – Es difícil reconocer que uno está loco, ninguno de los que te mencioné siquiera lo pensó, los que los calificaron así fueron los otros, los que se consideran cuerdos.

Volvió a sorprenderme su claridad mental, suspiró y continuó.

-       Ahora mismo, mira a tu alrededor – di una vuelta con la mirada a mi entorno – la gente no me mira a mi, te mira a ti, piensa que estás loco por conversar conmigo, en este momento el loco eres tú – sonrió con una graciosa mueca, como diciendo “ves, cuánta razón tengo”.

-       Pero ¿Te sientes cómodo con tu situación? – me arrepentí después de haber soltado esta pregunta, sobre todo al verlo arrugar las cejas como si de pronto se hubiera molestado.

-       No es una situación, no es un estado, es cuestión de tiempo, solo se trata del hoy, del presente, no me importa que vendrá con el mañana – lo dijo resaltando cada una de sus palabras con un tono dulce, cambiando por completo de expresión, como cuando un profesor intenta aclararle las ideas a un estudiante necio.

No supe cómo interpretarlo, quizás me estaba diciendo que se podía transitar entre la locura y la cordura en forma deliberada como parecía hacerlo.

-       ¿Y por qué te volviste loco? – arremetí con mi artillería pesada.

Se quedó en silencio, miraba fijamente hacia un punto lejano, o quizás miraba hacia su interior. Una señora vestida como para el gimnasio pasó cerca y levantando la mano le saludó.

-       Hola Nando – como si fueran amigos de toda la vida.

-       Hola – dijo el, ensayando una sonrisa excesivamente amable – Ves, puedo tener tantos nombres como las cabezas de la Medusa – volvió a mirarme y leyó en mis ojos que estaba esperando una respuesta para mi pregunta.

-       Creo que decidí pasar el umbral entre lo cierto y lo irreal el día que ella me dejó, me refiero al amor de mi vida – su mirada se nubló por una tristeza profunda – era la mujer más bonita que conocí, no te imaginas, tenía todo lo que puedes pedir de una mujer, inteligencia, belleza, ganas de vivir la vida, era dulce y atrevida, de las mujeres que pueden tener un fracaso pero se niegan a sufrirlo, que no le temen al reto de comenzar todo desde el principio, compartimos mucho tiempo juntos, cuatro años, hasta que decidió dejarme, entonces preferí ser loco que ser una víctima del dolor, amargado, insensible, viviendo de recuerdos.

Tuve la certeza que describía a la joven que le dejaba celulares.

-       ¿No la has vuelto a ver? ¿Por qué no la buscaste? – insistí, ansioso por saber lo que me diría.

-       Verla solo caminar era un deleite, amanecer a su lado era todo lo que necesitaba para vivir; cuando se fue me hizo saber que cambiaba mi amor por la oportunidad de ser feliz de la manera en que lo había imaginado, me dijo que lo nuestro era imposible, por lo menos de la forma en que lo estábamos viviendo, conociendo que era una mujer de decisiones inquebrantables entendí que nuestra vida juntos se había acabado, no existía nada que pudiera hacer para remediarlo, buscarla sería inútil – me volvió a mirar y prosiguió, ahora más lento – Era de aquellas mujeres que deben tomarlo todo en la vida, es como un derecho de las mujeres hermosas, de aquellas que pueden cambiar la historia con su belleza o su determinación, o como en este caso ambas cosas. Así como Helena, Cleopatra, la Curie, la Navratilova, la Earhart o la Tereshkova y también la Malala ésa. Tenía que dejarla ir, uno no  mata lo que ama – y súbitamente su rostro pasó de serio a risueño – Y aquí estoy  hoy, vivo y feliz, sin preocuparme por el mañana, ya vendrá.

Definitivamente se refería a la muchacha que antes vi con él, pero por alguna razón no lo quería reconocer, o quizás no reconocerla era parte de su locura, pensé en lo grandioso que sería conversar con ambos. Por ahora, tenía que aprovechar este momento, así que seguí, con ganas de encontrar algo nuevo.

-       ¿Y qué es lo que dispara tu locura, o tu cordura? – esperaba que evitaría responder esta pregunta.

-       Mi locura, como la llamas, es mi etapa de tranquilidad, así como seguramente buscas algún lugar donde puedas estar cómodo, yo tengo un espacio en el que mi conciencia sólo se dedica a sobrevivir en “una montaña de sueños que nunca se escala, un cielo de posibilidades que nunca se explora”, en una realidad que es solo mía – me dijo bajando la voz y acercándome su rostro – lo bueno, es que yo elijo en qué momento entrar en mi espacio y mi tiempo, cómo andar “por el mundo y el carajo”.

Tomó el teléfono y parecía buscar algo, luego me invitó a ponerme los pequeños audífonos mientras me decía:

-       Dependo de dos canciones, escucha la primera.

Comenzó a sonar una introducción de una canción romántica, memoricé la letra inicial para identificarla después “Las luces se apagaron. Y dos historias se juntaron…”, reconocí la melodía, la había escuchado antes pero tengo mala memoria para las canciones.

No la dejó finalizar, quizás unos 40 segundos y cambió a la siguiente.

“Definitivamente que has llegado lejos, definitivamente nada que decir…” guardé en mi memoria este inicio, reconocí la voz, era Miryam Hernández. Otros 40 segundos y me quitó los audífonos.

-       Entonces ¿Estas canciones te han ocasionado la locura? – inquirí una vez más.

-       Si las escuchó me obligo a cambiar, me paso al otro lado donde sólo la música importa, es mi alimento, mi abrigo, mi principio, mi tránsito y mi fin - añadió mientras revisaba el celular.

-       ¿Recuerdas cómo fue la primera vez?

-       Fue hace tanto, pero si me acuerdo, me inspiró un amigo al que conocí durante mis almuerzos en un restaurante - mientras sus dedos hábilmente seguían escudriñando el celular - era un tipo increíble, tenía muchos trastornos obsesivos compulsivos, pero los manejaba, los administraba, parecía vivir en muchos mundos a la vez. Al finalizar el almuerzo siempre dejaba dos montoncitos de arroz, uno tenía ciento cincuenta y el otro treinta y dos granos(*). Los iba agrupando a medida que almorzaba, pasaba unos granos de un montoncito al otro sin contarlos, nunca supe cómo sabía que estaban completos, yo los conté varias veces y nunca se equivocó. Era inexplicable. Un día me dijo "déjate llevar por tu interior", fue la última vez que nos vimos.

Acercó el celular a sus ojos, parecía haber encontrado lo que buscaba, paseó su mirada por todo lo que tenía al frente y prosiguió:

- Esa experiencia es la que me animó a vivir en mi propio mundo. La dolorosa partida del amor de mi vida y el recibir las dos canciones como epílogo de nuestra relación solo fueron la justificación para dejarme llevar por mi interior.

- Pero ¿cómo haces para recobrar la cordura?

- Simplemente siento que es el momento, quizás mi cuerpo toma el control apremiado por la necesidad de alimento u otra necesidad que cubrir, ya sea porque se esté muriendo de frío, calor o dolor.

- ¿Y cómo te comunicas con la mujer desconocida que te cuida? - mentalmente terminé la pregunta: Así yo puedo comunicarme con ella.

- Bueno, es un código entre nosotros. Lo tomé prestado de mi amigo el que te conté de los trastornos obsesivos. En realidad tomé el ciento cincuenta. Cuando me voy al otro lado de esta realidad siempre estoy pendiente de su perfil en las redes y reviso cuántas cuentas sigue y las comparo con las mías, siempre me debo mantener ciento cincuenta por debajo, cuando esta diferencia varía se da cuenta y simplemente aparece. Funciona, incluso en las ocasiones en que perdí el celular.

Examinó el teléfono y lentamente se puso los audífonos, suspiró levemente, apenas intenté hacerle una nueva pregunta me enseñó la palma de su mano en clara indicación de “alto”.

Se quedó callado unos minutos mientras yo no sabía qué hacer, cerrando los ojos comenzó a menear la cabeza rítmicamente.

- Ericson. .. - le dije palmeándole el hombro pero no obtuve respuesta. Esperé unos instantes pues tenía la esperanza de continuar con la conversación.

- Nando... – probé, parecía estar en trance, luego abrió los ojos y sin hacer  un gesto, se puso de pie y comenzó a caminar, sin rumbo. Lo dejé irse.

Pasaron varias semanas y descubrí que me he vuelto obsesivo con las canciones que me dejó Ericson, las escucho todo el día y especialmente al acostarme, tienen la propiedad de estimular mis sueños. En realidad un solo sueño, un sueño recurrente. Veo a la bella mujer que cuida de Ericson que se aleja de mi, quiero conversar con ella pero no logro detenerla. Se va. Yo voy tras ella. La gente con la que me cruzo me saluda muy amablemente, me llaman con diferentes nombres, pero no recuerdo el mío.

Cuando despierto alterado, con mi cabeza llena de imágenes que no tienen relación entre sí me siento como si viviera en una pintura, una pintura de trazos delirantes, quizás en una de Víctor Humareda.

 

(*) Hace referencia al cuento “MANÍA”, en esta misma serie, del 20 de noviembre del 2021.

 

Todas las partes que se encuentran comilladas fueron generadas por la Inteligencia Artificial de Google, BARD.

 

 

CARTA A MI SEMANA SANTA

  Querido César: Te escribo esta carta por que se que las cosas que te tengo que decir no las podría decir mirándote a la cara, además, he...