Parecía un tipo distinguido, a pesar de vivir en la calle, sus ropas no
eran diferentes al de una persona común, conservaba un aire de aplomo burgués,
quizás miraflorino, debajo de la barba que era parte de su atuendo; era fácil
advertir que se trataba de un adulto joven, de unos 35 años, de tez blanca y
ojos claros, con la mirada que tienen los ancianos abandonados. Parecía no
tener interés alguno por el clima pues podía vérsele con ropa ligera un día y,
al otro, con ropa gruesa, sin importar si era invierno o verano. Acostumbrado a
ver todo tipo de locos en mi antiguo barrio, San Juan de Lurigancho, pensé que
viviendo en Surco nunca me encontraría con uno.
Los fines de semana cuando no había mucho que ver en televisión, tomaba
un libro y salía a uno de los muchos parques donde hubiera una banca, para
dedicarme a leer, cosa que no podía hacer en mi barrio anterior, en ocasiones
me cruzaba con algún loco, generalmente con la misma apariencia que los locos
de SJL.
Fue en una de esas salidas que me di cuenta de su existencia, me
encontraba sentado en una banca de la Plaza de Armas de Surco, atravesado por
el frío habitual de los inviernos surcanos y, luego de algún tiempo me percaté
de su presencia. El estaba en otra banca frente a mi, con los pies sobre el
asiento y sentado en el espaldar, tenía un teléfono celular pegado a uno de sus
oídos y meneaba la cabeza, como una copia osada y despintada de Stevie Wonders.
Parecía no existir nada más para él, solo el sonido que seguramente salía del
celular, me quedé interesado viéndolo, lo primero que llamó mi atención fue que
ninguno de los guardas de la plaza hizo el intento siquiera por conminarlo a
sentarse bien, cosa que si vi que hicieron con otros jóvenes, era claro que lo
conocían y se lo permitían.
Aquella tarde, más que a leer me dediqué a observarlo, parecía estar en
otro lugar, un lugar al que solo se podía llegar a través de los audífonos
pequeños que llevaba puestos y conectados a un celular, movía sus labios
canturreando las canciones que seguramente escuchaba, no dejó de hacerlo
durante la hora y media que estuve en el lugar. Me retiré y el seguía en lo
suyo.
En algunas salidas sucesivas lo volví a encontrar. Le decían
"Ericson", en referencia a que cuando apareció y, durante meses,
usaba teléfonos de esa marca sueca, seguramente los más baratos entonces,
cambiaba de teléfonos con alguna frecuencia, evidentemente no usaba los más
modernos ni los más caros, pero siempre conectado a través de audífonos; la
forma en que parecía disfrutar de la música despertó mi curiosidad por saber
qué música escuchaba y cómo conseguía los teléfonos.
En una ocasión, cuando viajaba en el tren, al pasar por la Estación Los
Cabitos, lo vi sentado en uno de los asientos del andén, me llamó mucho la
atención verlo conversar con otro joven, hasta entonces me lo había imaginado
como uno mas de los tantos orates que deambulan por la ciudad desconectados de
toda realidad, pero evidentemente me había equivocado. Me interesé por saber
más de este “loco” que parecía tener momentos de lucidez ¿Se trataría de un
loco a tiempo parcial?
Mis salidas a leer las aproveché para buscar a “Ericson”, sentía mucha
curiosidad por conversar con él, de encontrarlo en momentos de lucidez y
conocer qué lo llevó a este comportamiento, quería preguntarle muchas cosas
sobre la locura, esperaba que pudiera aclararme mis ideas respecto a este tema.
Unas semanas después, regresaba a casa en bus, cerca de las siete de la
noche, ya había oscurecido y como suelen hacer los choferes en horas punta, el
bus me dejó media cuadra después del paradero, cerca de la Estación Jorge
Chávez, entonces decidí tomar la ruta hacia casa pasando por la avenida El Sol,
a esa hora se convertía en una zona comercial bulliciosa y divertida cuando se
camina solo.
Al cruzar un pequeño parque lo vi, estaba sentado en una banca junto a
una joven y parecían conversar. Agradecí a mi costumbre de llevar un libro bajo
el brazo siempre, pues, haciéndome al que leía me senté en la banca frente a
ellos, a unos cinco metros. Parecía un reencuentro, ella le hablaba con mucho
cariño y el, mirando siempre al frente, volteaba la cara para darle respuestas
cortas. Conversaban distraídamente, de rato en rato ella le tomaba las manos o
se apoyaba en una de sus rodillas. Parecían conocerse desde mucho atrás, se
notaba la confianza entre ellos y sólo faltaban las caricias o los besos para
convertirse en un perfecto reencuentro de amor.
Me paré y caminé lentamente en círculos mientras hacía que leía, con la
intención de acercarme a ellos y escuchar la conversación, a pesar de que
ignoraron mi presencia, no pude acercarme lo suficiente como para escuchar algo
claro.
Observé a la joven de pies a cabeza, deduje que era una mujer que
ocupaba algún cargo empresarial o cosa similar, sus ademanes eran de una
persona respetuosa, culta, todo lo que llevaba puesto era de tendencia y de
marca, su cabello le caía a los costados y hacia la espalda como sólo sabe caer
un perfecto alisado japonés o un lifting capilar, sus formas eran trabajadas
con una buena rutina de gimnasio y hasta mi llegaba su aroma espectacular que
imaginé como un Clive Christian No.1 Imperial Majesty, porque nunca había olido
algo así. Calculo que estuve vigilándolos como una hora, de manera disimulada.
Ella sacó de algún bolsillo un celular, lo encendió, le conectó unos
auriculares blancos, pequeños y se los acomodó como queriendo que él escuchara
alguna canción, luego le entregó el celular y lo abrazó, le besó la mejilla y
se quedó callada mirándolo, tomándole una mano, él, cerró los ojos y se quedó
inmóvil durante algunos minutos, como si entrara en trance.
Al rato, empezó a menear la cabeza y a canturrear, se notaba que había
pasado a su estado de locura, ella se puso de pie y comenzó a caminar
raudamente hacia un moderno automóvil estacionado con las luces de peligro
encendidas, a un costado de una de las puertas del parque. Parecía un ángel
regresando al cielo después de haber cumplido una tarea terrenal. La vi tomar
el volante y perderse por la avenida Tomás Marsano.
Esa noche no dormí recapitulando cada suceso del encuentro, imaginé
miles de escenarios que podrían explicarlo. No era un evento casual, sino ella
no hubiera llevado un teléfono para dejarle, tener el auto con luces de peligro
indicaban que había calculado el tiempo que iba a estar allí; mil preguntas
rondaban mi cabeza ¿Se conocían? ¿Qué relación tenían? ¿El abrazo de despedida
fue de hermana o de novia? ¿Cómo y por qué lo indujo a la locura? ¿Por qué él
volvió a perder la razón después de recibir el teléfono y conectárselo al oído?
Dejó de ser el joven que había mantenido una conversación afable con otra
persona para convertirse en el “Ericson” que se paseaba conectado a un teléfono
por las calles de Surco.
Una tarde en que regresaba a casa en tren, al abandonar la Estación
Jorge Chávez volví a ver a la muchacha, caminaba apurada hacia su auto que
estaba detenido frente a la Estación, con las luces de peligro encendidas,
parecía una modelo de alta costura, su ropa, su forma de caminar, su olor, que
no percibía sino imaginaba, la elegancia que parecía nacer de su figura como
luces de colores que se fundían con las primeras luces de la noche. Subió al
vehículo y se marchó, cruzando la siguiente esquina justo cuando el semáforo
cambiaba a rojo. Deduje que “Ericsson” tenía que estar cerca, lo busqué con la
mirada y me pareció ver su silueta, parado y apoyado en uno de los avisos
luminosos de un paradero. Crucé la pista zigzagueando entre los carros
detenidos y llegué a su lado. Me sentí emocionado.
- Hola – le dije esperando una respuesta y el ni
siquiera se movió. Era un prisionero conectado a una larga cadena simbolizada
por los audífonos, pero ¿quién era su carcelero? ¿el teléfono? ¿la joven con la
cual conversaba? No podía aventurar una respuesta.
- Hola “Ericson”, ¿qué tal? – insistí, esta vez me
miró.
Quedé impactado, era la primera vez que miraba desde tan cerca a los
ojos de un loco, una oscuridad inquietante, un túnel sin salida. “Detrás de
ellos ¿que había? ¿un mundo diferente, un mundo de fantasía y sueños? Estaba
seguro que la calma de esa mirada eran la puerta para un mundo donde todo es
posible, sin límites. Un camino entre éste universo y otro paralelo que, aunque
negado, parecía ser mejor, era el umbral transitable entre la vida y la muerte,
como un grito en silencio que suena igual si es de dolor o de felicidad”;
quizás como una mirada de amor.
No obtuve respuesta, intenté iniciar una conversación con él pero fue
imposible, parecía ni siquiera darse cuenta de mi presencia. Manipuló la
pantallita de su celular, me dio la espalda y comenzó a caminar por la avenida,
“sin ver el dolor distraído”. Y lo dejé ir sintiendo un poco de angustia, aunque
también esperanza de que tendría otra oportunidad.
Yo tenía la certeza de que "Ericson" tenía momentos de lucidez
durante los cuales podía comunicarse "normalmente", al punto de
mantener una relación de algún tipo con una atractiva mujer; además, estaba
claro que sus sitios favoritos eran los paraderos frente a la estación Jorge
Chávez.
Un viernes por la noche lo vi sentado en una banca del paradero, antes
de acercarme a él lo observé durante largos minutos. Parecía un niño
emocionado, recién salido de casa, miraba a todas las personas que pasaban por
la acera y les sonreía, tenía el celular en la mano pero no estaba conectado a
los audífonos. La gente transitaba en pequeños grupos como olas, me imaginé un
faro girando cuya luz estaba formada por los grupos constantes que bajaban de
los vagones cada pocos minutos y que evidentemente emocionaban a Ericson.
Decidí acercarme. Apenas advirtió mi presencia, adivinando mi intención,
se movió un poco hacia un lado como invitándome a sentar.
- Hola - le dije mientras me acomodaba junto a él sintiéndome un nerd -
¿Cómo te llamas? Qué pregunta pa cojuda, me dije.
- Marco, Iván, Alfredo, César, Ed, Ángelo, Equis así me llaman y puedes
escoger cómo llamarme. O decirme “pelado” – me respondió dejándome sorprendido con
su inmediata respuesta..
- Pensé que eras “Ericson” – me aventuré a comentarle.
- A, lo olvidaba, también me puedes llamar Eric.
- Pero la gente te dice Ericson, pensé que era tu nombre – mostrándome
sorprendido.
- No, en realidad quieren decirme Eric. En japonés el sufijo “son”
significa “hijo de:”. Y “pelado” por mi viejo, como verás tengo bastante pelo –
pasándose la mano por encima del cabello – Seguro que sabes que heredamos todo
de nuestros padres, todo, el nombre, la inteligencia, los modales. Lo único que
no heredamos son las cosas materiales, esas nos las quedamos a la fuerza – me dejó
con la boca abierta.
¿La locura, como dicen de muchos artistas, le daba esa claridad que nos
permite ver las cosas de una manera muy particular?.
- ¿Y en dónde vives? – Seguí con el
interrogatorio.
- En todos sitios, antes tenía una casa donde
vivía con mi familia, pero un día salí y cuando regresé ya no estaban – lo dijo
sin mostrar alguna emoción significativa – Si me pides la dirección no lo
recuerdo, no guardo direcciones en mi mente, sólo lugares, lugares a donde se
cómo llegar fácilmente. ¿Y tu en que idioma piensas?.
Al referirse a su mente, me pareció la confirmación de que tenía
conciencia de su locura ¿sabrían todos los locos de su estado? ¿Era un
trastorno que podían de alguna manera administrar? ¿De acuerdo a qué
circunstancias? Pero su última pregunta era una demostración clara de que
quería tomar la rienda de la conversación.
- Supongo que en español – contesté intentando no
profundizar en el tema.
- Yo pienso en mi propio idioma, una mezcla de
palabras y figuras, por eso no necesito direcciones – me sonó muy lógico.
- Hace un rato te vi con una chica ¿Quién es ella?
¿La conoces? – me sorprendí con mi pregunta ¿por qué estaba más interesado por
la muchacha que por Ericson?.
- No, no la conozco, nunca la vi en mi vida – sus
ojos brillaron diferente por unos instantes, “se veía en ellos un mundo de
secretos y maravillas que pocos tienen la posibilidad de ver”, levantó un
hombro y miró por encima de mí, entendí que se sentía incómodo por la pregunta;
entonces pensé si mi siguiente pregunta sería oportuna ¿pueden los locos
aceptar que lo están sin ningún problema? Lo veremos.
- ¿Estás loco o es sólo mi impresión? – tratando
de ser lo más cauto, con mi voz modulada para la ocasión.
Volteó, fijó sus ojos en mi, ahora pude ver a través de ellos “una
mirada que va más allá de nuestro entendimiento”, que hay un lugar donde
“volver es una forma de llegar”.
- La locura sólo es un punto de vista, quizás el
más conveniente para cada uno, te podría mencionar muchos ejemplos, Van Gogh,
Eduar Munch, Toulouse-Lautrec o Goya, la misma Frida Khalo, más cerca, entre
nosotros el gran Víctor Humareda y el genial Martín Adán – su respuesta me
demostró que estaba ante una persona culta, prosiguió – Es difícil reconocer
que uno está loco, ninguno de los que te mencioné siquiera lo pensó, los que
los calificaron así fueron los otros, los que se consideran cuerdos.
Volvió a sorprenderme su claridad mental, suspiró y continuó.
- Ahora mismo, mira a tu alrededor – di una vuelta
con la mirada a mi entorno – la gente no me mira a mi, te mira a ti, piensa que
estás loco por conversar conmigo, en este momento el loco eres tú – sonrió con
una graciosa mueca, como diciendo “ves, cuánta razón tengo”.
- Pero ¿Te sientes cómodo con tu situación? – me
arrepentí después de haber soltado esta pregunta, sobre todo al verlo arrugar
las cejas como si de pronto se hubiera molestado.
- No es una situación, no es un estado, es
cuestión de tiempo, solo se trata del hoy, del presente, no me importa que
vendrá con el mañana – lo dijo resaltando cada una de sus palabras con un tono
dulce, cambiando por completo de expresión, como cuando un profesor intenta
aclararle las ideas a un estudiante necio.
No supe cómo interpretarlo, quizás me estaba diciendo que se podía
transitar entre la locura y la cordura en forma deliberada como parecía
hacerlo.
- ¿Y por qué te volviste loco? – arremetí con mi
artillería pesada.
Se quedó en silencio, miraba fijamente hacia un punto lejano, o quizás miraba
hacia su interior. Una señora vestida como para el gimnasio pasó cerca y
levantando la mano le saludó.
- Hola Nando – como si fueran amigos de toda la
vida.
- Hola – dijo el, ensayando una sonrisa
excesivamente amable – Ves, puedo tener tantos nombres como las cabezas de la
Medusa – volvió a mirarme y leyó en mis ojos que estaba esperando una respuesta
para mi pregunta.
- Creo que decidí pasar el umbral entre lo cierto
y lo irreal el día que ella me dejó, me refiero al amor de mi vida – su mirada
se nubló por una tristeza profunda – era la mujer más bonita que conocí, no te
imaginas, tenía todo lo que puedes pedir de una mujer, inteligencia, belleza,
ganas de vivir la vida, era dulce y atrevida, de las mujeres que pueden tener
un fracaso pero se niegan a sufrirlo, que no le temen al reto de comenzar todo
desde el principio, compartimos mucho tiempo juntos, cuatro años, hasta que
decidió dejarme, entonces preferí ser loco que ser una víctima del dolor,
amargado, insensible, viviendo de recuerdos.
Tuve la certeza que describía a la joven que le dejaba celulares.
- ¿No la has vuelto a ver? ¿Por qué no la
buscaste? – insistí, ansioso por saber lo que me diría.
- Verla solo caminar era un deleite, amanecer a su
lado era todo lo que necesitaba para vivir; cuando se fue me hizo saber que
cambiaba mi amor por la oportunidad de ser feliz de la manera en que lo había
imaginado, me dijo que lo nuestro era imposible, por lo menos de la forma en
que lo estábamos viviendo, conociendo que era una mujer de decisiones
inquebrantables entendí que nuestra vida juntos se había acabado, no existía nada
que pudiera hacer para remediarlo, buscarla sería inútil – me volvió a mirar y
prosiguió, ahora más lento – Era de aquellas mujeres que deben tomarlo todo en
la vida, es como un derecho de las mujeres hermosas, de aquellas que pueden
cambiar la historia con su belleza o su determinación, o como en este caso
ambas cosas. Así como Helena, Cleopatra, la Curie, la Navratilova, la Earhart o
la Tereshkova y también la Malala ésa. Tenía que dejarla ir, uno no mata lo que ama – y súbitamente su rostro
pasó de serio a risueño – Y aquí estoy
hoy, vivo y feliz, sin preocuparme por el mañana, ya vendrá.
Definitivamente se refería a la muchacha que antes vi con él, pero por
alguna razón no lo quería reconocer, o quizás no reconocerla era parte de su
locura, pensé en lo grandioso que sería conversar con ambos. Por ahora, tenía
que aprovechar este momento, así que seguí, con ganas de encontrar algo nuevo.
- ¿Y qué es lo que dispara tu locura, o tu
cordura? – esperaba que evitaría responder esta pregunta.
- Mi locura, como la llamas, es mi etapa de
tranquilidad, así como seguramente buscas algún lugar donde puedas estar
cómodo, yo tengo un espacio en el que mi conciencia sólo se dedica a sobrevivir
en “una montaña de sueños que nunca se escala, un cielo de posibilidades que
nunca se explora”, en una realidad que es solo mía – me dijo bajando la voz y
acercándome su rostro – lo bueno, es que yo elijo en qué momento entrar en mi
espacio y mi tiempo, cómo andar “por el mundo y el carajo”.
Tomó el teléfono y parecía buscar algo, luego me invitó a ponerme los
pequeños audífonos mientras me decía:
- Dependo de dos canciones, escucha la primera.
Comenzó a sonar una introducción de una canción romántica, memoricé la
letra inicial para identificarla después “Las luces se apagaron. Y dos
historias se juntaron…”, reconocí la melodía, la había escuchado antes pero
tengo mala memoria para las canciones.
No la dejó finalizar, quizás unos 40 segundos y cambió a la siguiente.
“Definitivamente que has llegado lejos, definitivamente nada que decir…”
guardé en mi memoria este inicio, reconocí la voz, era Miryam Hernández. Otros
40 segundos y me quitó los audífonos.
- Entonces ¿Estas canciones te han ocasionado la
locura? – inquirí una vez más.
- Si las escuchó me obligo a cambiar, me paso al
otro lado donde sólo la música importa, es mi alimento, mi abrigo, mi
principio, mi tránsito y mi fin - añadió mientras revisaba el celular.
- ¿Recuerdas cómo fue la primera vez?
- Fue hace tanto, pero si me acuerdo, me inspiró
un amigo al que conocí durante mis almuerzos en un restaurante - mientras sus
dedos hábilmente seguían escudriñando el celular - era un tipo increíble, tenía
muchos trastornos obsesivos compulsivos, pero los manejaba, los administraba,
parecía vivir en muchos mundos a la vez. Al finalizar el almuerzo siempre
dejaba dos montoncitos de arroz, uno tenía ciento cincuenta y el otro treinta y
dos granos(*). Los iba agrupando a medida que almorzaba, pasaba unos granos de
un montoncito al otro sin contarlos, nunca supe cómo sabía que estaban
completos, yo los conté varias veces y nunca se equivocó. Era inexplicable. Un
día me dijo "déjate llevar por tu interior", fue la última vez que
nos vimos.
Acercó el celular a sus ojos, parecía haber encontrado lo que buscaba,
paseó su mirada por todo lo que tenía al frente y prosiguió:
- Esa experiencia es la que me animó a vivir en mi propio mundo. La
dolorosa partida del amor de mi vida y el recibir las dos canciones como
epílogo de nuestra relación solo fueron la justificación para dejarme llevar por
mi interior.
- Pero ¿cómo haces para recobrar la cordura?
- Simplemente siento que es el momento, quizás mi cuerpo toma el control
apremiado por la necesidad de alimento u otra necesidad que cubrir, ya sea
porque se esté muriendo de frío, calor o dolor.
- ¿Y cómo te comunicas con la mujer desconocida que te cuida? -
mentalmente terminé la pregunta: Así yo puedo comunicarme con ella.
- Bueno, es un código entre nosotros. Lo tomé prestado de mi amigo el
que te conté de los trastornos obsesivos. En realidad tomé el ciento cincuenta.
Cuando me voy al otro lado de esta realidad siempre estoy pendiente de su
perfil en las redes y reviso cuántas cuentas sigue y las comparo con las mías,
siempre me debo mantener ciento cincuenta por debajo, cuando esta diferencia
varía se da cuenta y simplemente aparece. Funciona, incluso en las ocasiones en
que perdí el celular.
Examinó el teléfono y lentamente se puso los audífonos, suspiró
levemente, apenas intenté hacerle una nueva pregunta me enseñó la palma de su
mano en clara indicación de “alto”.
Se quedó callado unos minutos mientras yo no sabía qué hacer, cerrando
los ojos comenzó a menear la cabeza rítmicamente.
- Ericson. .. - le dije palmeándole el hombro pero no obtuve respuesta.
Esperé unos instantes pues tenía la esperanza de continuar con la conversación.
- Nando... – probé, parecía estar en trance, luego abrió los ojos y sin
hacer un gesto, se puso de pie y comenzó
a caminar, sin rumbo. Lo dejé irse.
Pasaron varias semanas y descubrí que me he vuelto obsesivo con las
canciones que me dejó Ericson, las escucho todo el día y especialmente al
acostarme, tienen la propiedad de estimular mis sueños. En realidad un solo
sueño, un sueño recurrente. Veo a la bella mujer que cuida de Ericson que se
aleja de mi, quiero conversar con ella pero no logro detenerla. Se va. Yo voy
tras ella. La gente con la que me cruzo me saluda muy amablemente, me llaman
con diferentes nombres, pero no recuerdo el mío.
Cuando despierto alterado, con mi cabeza llena de imágenes que no tienen
relación entre sí me siento como si viviera en una pintura, una pintura de
trazos delirantes, quizás en una de Víctor Humareda.
(*) Hace referencia al cuento “MANÍA”, en esta misma serie, del 20 de
noviembre del 2021.
Todas las partes que se encuentran comilladas fueron generadas por la
Inteligencia Artificial de Google, BARD.